domingo, 14 de marzo de 2010

SI ES UN DERECHO ¿POR QUÉ NO USARLO?


¡Qué fácil es quejarnos! Las encuentro en mi casa, en el TranMilenio, las busetas, en el cine y la misa diaria. Un mundo de clamores en un aislamiento de responsabilidad.

Las he escuchado desde siempre. Unas con nombre propio, otras merodeando entre la culpabilidad y las que surgen cada día. Son las voces ciudadanas, humanas, esas que han sido engañadas. Las que han tropezado, silenciado y ahora viven en la cultura de la lamentación.

Hace unos años era éste un día de feria, de globos de colores. Eso era lo mejor de madrugar con los papás a las urnas. No importaba si la tinta se les quedaba en el dedo durante varios días, lo fundamental era depositar el tarjetón.

Es una vergüenza que hoy que nos toca a nosotros, la pereza dominical nos abrace. El desaliento de ver a cerca de 60 congresistas protagonizando escándalos de corrupción y a los candidatos jugando a encontrar partido o un color de preferencia, son motivo de lamentación. ¡claro qué lo son! Pero la solución no es inmortalizar el daño sembrado.

Marcar el tarjetón es una voz de protesta, es la oportunidad de rechazar la descomposición de un país. La "X" será la respuesta de un pueblo al finalizar el día. Puede convertirse en un terror legislativo o en un aliciente para el país. Espero que NO nos equivoquemos de nuevo, si hay dudas e inquitudes, rechazo y desconsuelo votar en blanco es otra opción.

La vulnerabilidad de los derechos que como ciudadanos y seres humanos tenemos es “pan de cada día”. Si bien estas elecciones barrieron con el derecho a ser elegido ¿por qué no hacerlo con el derecho a elegir?



Imagen: www.radiogarzon.com

sábado, 6 de marzo de 2010

LA MUJER DE UNA CALLE ESTRATO CERO

“Las mujeres de la calle”. Esa era la frase que los adultos usaban para explicarme en la infancia ese mundo que para mi era un misterio. Las veía mientras el bus de servicio público cruzaba la avenida Caracas, en Bogotá; estaban en las esquinas, en las calles del centro. Eran mujeres de todas las edades, con los labios resaltados y ropa ligera.

Crecí con una imagen nublada y fui entendiendo que los adultos pecaban por omisión. No son sólo un título mal nombrado, muchas de ellas disfrazan con sus labios la historia que han escrito.

Entre muchas está ella: una mujer de aproximadamente 50 años, contextura fuerte y mirada firme. Su voz casi se pierde entre canticos y voces infantiles de los niños que habitan el lugar. Es la primera en extender la mano para saludarme. Se quita y me da paso para trepar por aquella escalera que se ha convertido en legado para sus pies. Mientras subo pienso una frase para romper el hielo y lo mejor es que no se me ocurre ninguna.

“¿Por dónde empezamos?” pregunta sin darme tiempo a repasar la mesura que tanto planee. Yo titubeo acerca de lo que será nuestra conversación; me interrumpe con un tono enérgico y resume cronológicamente su historia “Soy Blanca, a los seis años el cartucho, violada a los ocho, madre a los diez y mula a los doce. Desde los siete drogadicta”. Esas palabras para ella tan serenas, crean un impacto profundo que simplemente trato de disimular.

Llegó a la calle del cartucho en Bogotá, con una señora cuyo nombre no menciona y a quién luego de un tiempo asesinaron. Se quedó sola y llena de miedo ante el universo que le tocaría enfrentar. No creció jugando a las muñecas, tampoco frente a una cocina plástica. Su juego favorito era robar “Kokorikos” en el centro de la ciudad.

La ignorancia y la soledad fueron las raíces de ese viaje que ingenuamente inició. No tuvo conocimiento de su familia hasta hace pocos años, cuando ya su vida tenía un rumbo, y no los culpa porque “en el campo la ignorancia triunfa ante la realidad”. Su piel está gastada por el llanto y el dolor, pero la alegría de su rostro rejuvenece el entorno y hace que me sienta infeliz y desagradecida a su lado. Ese es el sentimiento que me abriga ante cada frase que pronuncia, ante sus sonrisas y su valentía.

Su camino en las drogas empezó cuando un compañero la invitó a inhalar gasolina. No pudo ser niña, ni asistir al colegio a presentar sus tareas. Su infancia se rompió a los ochos años, cuando varios compañeros del “cartucho” la violaron. “Es una experiencia que nunca se borra de mi mente, quizás la más fuerte que me ha tocado vivir”

A los diez años fue madre, pero la droga y el mundo en el que habitaba no le permitieron percatarse de la situación. “Ese día llegó la policía a hacer limpieza y nos sacaron a golpes, nos llevaron a un calabozo que se llamaba El Tunel, cerca a Belén (barrio de Bogotá), allí empecé a manchar y me llevaron al hospital, al Materno. Fue cuando me enteré que estaba embarazada, pero lo perdí de una”

Llegó a la prostitución cuando a los 11 años unos señores le propusieron a ella y a una compañeras cambiar de vida. Las llevaron para el Llano y durante unos días el panorama mejoró notablemente: no tenían que buscar la comida en las canecas, ni dormir entre cartones. Tenían las comidas necesarias y una cama. Perola dicha no duró " Luego nos empezaron a prostituir, cobraban y se quedaban con la plata. Ellos mismos nos drogaban y nos pegaban para que no fueramos a decir nada. Uno allá está solito y si algo pasa toca callada. Fui mula, llevé droga y viví con el miedo y la soledad a diario" Las lágrimas caen al revivir el dolor de ese momento.


Su vida no ha sido fácil y aún así la alegría de vivir le ha ganado la batalla. “¡Las mujeres de la vida alegre!” expresa con gran ironía para reconocer que en el interior de la prostituta se siembra un artista, un payaso; un ser humano que transforma su miedo en la sonrisa que le brinda a cada hombre que llega. “Muchos ni siquiera llegan a acostarse con uno, vienen a buscar consuelo, uno termina siendo el psicólogo de ellos sin querer”.

La sociedad rechaza y juzga sin entender el individualismo de cada situación, “Yo era de las prostitutas de más bajo nivel, porque hasta para la prostitución hay estratos: las de Chapinero, las del Norte, y las prepago que son las ¡uffff!…las de arriba”. Cada frase que pronuncia es como si me quitara el piso. Estoy atenta a sus movimientos, a sus ojos, a la forma en que se expresa y no quiero interrumpirla.

Al referirnos a su fundación, se entusiasma de la misma manera en que un niño habla del último juego de video, o de su muñeca nueva. Hace 20 años llegó a este lugar, allí están sus sueños realizados, su hogar, esa es parte de su familia y las escaleras por donde me guío son su ascenso diario a la libertad. “Mi madrina nos enseño a amarnos…y pensar que cuando la conocí lo único que quería era darle escopolamina para robarla, porque yo trabajaba con eso” dice refiriéndose a la directora de la fundación. “Ella es mi madrina de matrimonio, porque soy felizmente casada por la Iglesia, tuve ocho hijos, pero sólo tengo cinco vivos, los otros tres están con Dios” Blanca es una mujer, una madre y un ejemplo de superación y valentía.

Reafirma su fe en el “Dios vivo” como lo conoció en su andar, y sabe con certeza que fue El quién la sacó de ese mundo vacío para regalarle la oportunidad de gozar de una familia, un esposo y unos hijos que para ella son semilla de superación. “No fui una buena madre, fui maltratadora física, verbal y psicológicamente. Pero hoy mi hija mayor estudia trabajo social, mi otro hijo administración, el otro está terminando once y el menor está en séptimo. ¡Yo no sé Dios de que hizo a mis hijos!, porque nunca me han juzgado….por nada”.

Sólo pide una oportunidad para las que quedan en el “parche” sólo invita a “creer en los que nadie cree” ella ya eligió su vida a ejercer y ese es su secreto “me mamé de hacer lo que yo quería, ahora es Dios quien me maneja y sólo quiero ser la mujer más transparente del mundo”.

Entre risas, algunas lágrimas y un tinto bien preparado, recuerda su vida pasada con anécdotas, con la alegría de poder dar su testimonio, con orgullo y valentía enfrenta al mundo por su libertad. La tarde me obliga a salir, nuevamente entre aquellas risas inocentes y miradas curiosas. Son los hijos de las mujeres que habitan en la fundación, aquellas que en algún momento pude haber visto desde la ventana del bus y que hoy duermen bajo un techo seguro, aprenden un oficio y luchan por una educación para sus hijos. Como lo dice Blanca “ si yo hubiera tenido una familia o unos padres, las cosas no hubieran sido así”.

Allí se queda, en su nido familiar, entre decenas de mujeres que intentan escalar junto a ella y los niños que sueña con ver crecer y convertirse en hombres y mujeres con proyecto de vida. “Es que una prostituta desde la barrera se ve diferente. Prostituta no es la que lo da para sostener a sus hijos. Prostituta es la que lo tiene todo, una familia, un esposo y lo da por placer o por vanidad al vecino”




Foto: emas.com